Cuento (Texto
basado en una Rana)
La rana que algún día sería llevada a la Ciudad para
morir en el río contaminado de una periferia.
Las aguas turbias de un
estanque lucían apacibles ante la mirada de los osados excursionistas que
transitaban por aquellos bosques caducifolios de hojas perennes.
Durante la primavera sus
aguas silentes se convertían en el espejo de los narcisistas que orgullosos
contemplaban su imagen en él.
Lo que ninguno de esos
viajeros sabía era que bajo su superficie entre piedra, fango y raíces moraba
una rana cuya piel lisa y resbaladiza brillaba con los primeros destellos del
sol, atrayendo con su canto místico a aquel descuidado que se dejara seducir
por su croar hipnótico.
Cierto día de una
calurosa primavera en la Sierra Madre Occidental, un viajero alejándose de su
grupo sintiéndose cansado, optó por recostarse en una piedra plana y lisa, que
bien servía como un lecho acogedor.
–Será mejor que
descanse. La noche será larga y todavía hay mucho por recorrer– dijo el
viajero-.
La arrogante rana, se
asomó entre las altas ramas que se sacudían con el revoloteo de los pájaros.
Saltó cayendo sobre él,
el viajero se despertó y la rana fue atrapada por el viajero.
–Vaya, que hermosa
rana–exclamó el viajero– será mejor que la ponga en este frasco para
mostrársela a mi hijo cuando retorne.
Y así fue, introdujo la
rana al recipiente, cubrió la abertura con una delgada malla y durmió
plácidamente hasta el día siguiente.
Muy temprano por la
mañana, tomó su equipaje y el frasco con la rana, se dirigió al aeropuerto y tomó
el primer avión rumbo a su ciudad. Descendió de la nave, y se encaminó a su
casa, presionó el timbre y su hijo y esposa alegremente lo recibieron.
–Bienvenido–exclamaron–
ya te extrañábamos.
Carlos, ven aquí, mira
lo que te he traído.
– ¿Una rana?
–Sí hijo, ¿te gusta?
–sinceramente no,
preferiría que estuviera en su entorno.
–Está bien, quizá mañana
pase por el laboratorio y la deje ahí.
Muy temprano al día
siguiente, se vistió, abordo su auto y se dirigió al laboratorio donde más
tarde la regresarían a su entorno natural.
–Gracias, no sabe cuánto
apreciamos que la haya dejado aquí, sólo veremos que este en buen estado y
regresara a su hogar –le dijo la laboratorista del lugar–
–Hasta luego, que tenga
buen día. –Comentó el viajero–
Y así fue como la rana
comenzó a convivir con otras ranas de múltiples colores e incluso más bellas
que ella.
La rana solo deseaba
regresar a su hogar.
–No te preocupes–le
comentó la rana mayor– aquí estarás segura, tendrás muchas moscas e insectos
para ti. Hay una buena ración diaria.
–No es eso, extraño mi
hogar, mi estanque y su agua templada, donde algún día canté y nací. Ahora he
sido arrojada a este inhóspito y frio lugar, lejos de la tierra y los insectos
silvestres, de las hojas y los nenúfares flotantes, del calor matutino.
–Sí, sí, pero ya
cálmate. Estarás bien.
Y así fue como
transcurrieron un par de años hasta que la rana llegó al ocaso de su vida, ya
no croaba como antaño e incluso su piel lisa y resplandeciente perdió su
lozanía.
Fue precisamente en ese
momento cuando los laboratoristas la enviaron junto con las otras ranas a un
emulo de estanque en las periferias de la ciudad, donde las aguas contaminadas
terminaron por acabar con su vida paulatinamente.
De esta manera muriendo
en el río de la gran ciudad, todas las ranas celebraron un homenaje póstumo
croando al unísono, un bello canto que perduró en los oídos de los somnolientos
habitantes.
Fin.
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