La
señora que cosía. (Diálogo entre dos mujeres)
En la
mañana de un caluroso día de los primigenios días de mayo, Laura, se disponía a
tomar el autobús, a conciencia de todo lo que implicaría abordarlo.
Al
hacerlo, indicó al conductor su destino:
–Gran Sur,
por favor y éste inmediatamente marcó en su teclado la cantidad de $6.00
Subió;
por su mente se atravesaron la multitud de dificultades que implicaría llegar
hasta la parte posterior: pisotones, miradas inquietas, empujones, sudores,
rozar cuerpos de amplias y angostas dimensiones etc.
Lo que
Laura realmente deseaba era obtener un espacio y tomarse del pasamano metálico,
hasta que finalmente lo logró, de esta manera invadiendo la morada temporal de
una gran cantidad de organismos microscópicos.
Inexorablemente
sus oídos alcanzaron a escuchar la frecuencia de sonido de dos coloridos
personajes, ambos femeninos, por cierto, que conversaban en una especie de
monólogo.
_Sí
como te digo, yo le digo a mi marido, sí tu quieres tener la casa limpia, pues
hazlo—Y que le dice?,- mm pues ya ve, como que no le gusta, pero ya no dice
nada.
–No, sí
la comprendo-decía la mujer de cuerpo mesomorfo-
–Ya ve
como son, luego sí lo hace una, se mal acostumbran y ya después van a querer
que lo haga una a cada rato, y yo apenas tengo tiempo para mis costuras, luego
mi´ja me lleva de comer hasta mi tallercito, que es un cuartito que tengo
afuera, ahí tengo mi máquina de coser.-luego la mujer mesomorfa prosigue-
–pero
qué bueno que su hija le lleva, por lo menos.
Continúa
la mujer en tono triunfante:
–Hasta
eso me salieron buenos muchachos, el sábado pasado me llevaron a comer y pues
ya estuvimos conviviendo un rato…
-Que
bueno-dijo la señora que la escuchaba atentamente, evitando hablar para no
llamar la atención-
–Bueno,
ya me voy, me saludas a tus hijos, yo me bajo en la siguiente…
-Sí,
que estés bien, luego nos hablamos por teléfono.
Y de
esta manera se levanta de su asiento, con dificultad llega hasta la puerta de
descenso y presiona el botón rojo del timbre para solicitar la parada.
Finalmente
desciende uno tras otro los peldaños de la escalera, baja con lentitud cargando
las dos pasadas bolsas que traía consigo hasta tocar el suelo asfaltoso y de
manera jubilosa se despide de su conocida con una sonrisa y una mirada furtiva
que atravesaba los cristales mientras el autobús se alejaba con premura tras
dejar un breve rastro de humo y ruido en la acera.
FIN.